Por el Dr. Franco Lotito C. – www.aurigaservicios.cl
Teniendo muy presente, que el día 4 de febrero se celebró el día Mundial del Cáncer, no cuesta mucho imaginar las graves repercusiones en el ánimo de las personas tras la recepción del siguiente diagnóstico: “¡Usted tiene cáncer”!
No existen otras tres palabras, cuyo efecto sobre los seres humanos pueda tener consecuencias más devastadoras y destructivas, y que, además, tengan tal poder, hasta el grado de paralogizar psicológicamente al individuo que las escucha, sea éste un hombre o una mujer, un joven o un adulto mayor. Sólo el acto de pronunciar estas tres palabras en voz alta suena a una sentencia de muerte lenta y dolorosa, pudiendo, al mismo tiempo, reducir a trizas la confianza en sí mismo de cualquier ser humano.
Igualmente, resulta difícil pensar en otra expresión con la capacidad y el impacto suficiente como para espantar a un sujeto cualquiera, dejarlo en un estado de completo shock y con la capacidad de conducirlo por el camino del letargo insensibilizador que puede significar el inicio de un consumo excesivo de drogas y alcohol, o bien, para que se convierta en el principal disparador para que la persona haga su ingreso al laberinto sin salida de una severa depresión, con ideación suicida incluida. Todo lo cual, debe ser evitado a toda costa por intermedio de promover e instaurar programas efectivos y medidas preventivas, tanto gubernamentales como personales.
¿Por qué razón se ha puesto tanto énfasis en destacar las graves consecuencias de recibir un diagnóstico de cáncer en los párrafos anteriores? Muy sencillo. Porque el cáncer, entre otras cosas, corporeiza a una enfermedad insidiosa, a una inminente y real amenaza para la integridad física y psicológica de una persona, donde la vida entera, el sentido de identidad, la red social de amigos y familiares, la actividad laboral del sujeto, la sexualidad y la belleza corporal de las personas, en general, se ven gravemente afectados. Tan grave es el asunto.
Luego de las muertes como consecuencia de accidentes cardio y cerebro-vasculares, el cáncer representa a nivel mundial una de las principales causas de muerte de hombres y mujeres, con casi nueve millones de fallecidos en el año 2015 en todo el mundo a causa de neoplasmas malignos.
Muchos estudiosos, investigadores, científicos connotados, instituciones internacionales respetadas –entre ellas, la Organización Mundial de la Salud, la International Agency for Reseach on Cancer (IARC)– han dado la alarma y han hecho hincapié en un factor de relevancia mundial que está provocando de manera absolutamente INNECESARIA la muerte de millones de personas en este planeta: el alto nivel de contaminación ambiental con elementos químicos que producen cáncer, así como también la producción de alimentos, bebidas y productos de belleza que contienen elementos carcinogénicos, situaciones todas que se han producido a causa de la irresponsable conducta del hombre en relación con el medio ambiente, la acción depredadora de las grandes multinacionales, la codicia sin límites de muchos empresarios y directores de empresas, así como la sistemática indiferencia de los diversos gobiernos y autoridades políticas que han preferido hacer “vista gorda” ante un tema de vital importancia para la salud, supervivencia y bienestar de las personas.
La cruda realidad nos muestra que el verdadero valor de la vida humana se está aproximando a cero.
El grado de polución y contaminación a la que ha sido expuesto nuestro mar, nuestro aire, nuestros suelos y nuestra agua dulce no tiene parangón en la historia de la humanidad. Eso por un lado.
Por otro lado, la “guerra” declarada en el año 1971 por Estados Unidos y otros países contra el cáncer ha sido un verdadero fiasco internacional, ya que la gente se sigue enfermando y muriendo de cáncer y, en lugar de disminuir el número de casos a nivel mundial, éste se ha incrementado de manera dramática. Los muertos en los próximos años a causa del cáncer se proyectan por millones.
Como botón de muestra, quiero poner en conocimiento de los lectores el siguiente dato que cualquier lector puede verificar: en una reunión internacional de la World Health Organization (Organización Mundial de la Salud, OMS) llevada a cabo en Ginebra, Suiza, en febrero de 2006 se hizo una proyección en relación con la enfermedad del cáncer que conmocionó al mundo entero en ese momento: 84 millones de personas morirían de cáncer entre el 2005 y el 2015, vaticinio que se cumplió –de forma casi macabra– al pie de la letra. Incluso más: la cantidad de muertes sobrepasó a las cifras vaticinadas.
¿Algunas razones para ello? Varias, entre las cuales destacan:
(a) La incompetencia de los gobiernos, de los políticos y de las autoridades responsables de poner coto y un freno a la contaminación ambiental y a las malas prácticas de miles de empresas nacionales y multinacionales, que afectan gravemente los alimentos que consumimos, así como el aire, agua, mar y suelo de nuestro planeta.
(b) La extrema codicia de la industria química, farmacéutica y de cosméticos que las lleva a contaminar cada vez más el planeta y a las personas que habitamos dicho planeta con sustancias tóxicas y carcinógenas, sin que les importe mucho las graves consecuencias de sus actos faltos de todo tipo de ética.
(c) La mantención de hábitos y estilo de vida autodestructivos por parte de las propias personas, condición que propicia y favorece el desarrollo del cáncer: consumo de tabaco, ingesta excesiva de alcohol, consumo de productos alimenticios cancerígenos.
(d) El sedentarismo, el sobrepeso y la obesidad mórbida que afecta a cientos de millones de personas en el mundo, entre otros factores. (Sólo para esta última variable la OMS ha calculado que hoy existen alrededor de 500 millones de seres humanos con obesidad mórbida, con consecuencias gravísimas para la salud: diabetes, hipertensión arterial, accidentes cardiovasculares, desarrollo de diversos tipos de cánceres, etc.).
Por lo tanto, nunca olvidemos una cosa muy importante: si bien las autoridades de Gobierno juegan un rol importante en la protección de la salud de las personas, cada uno de nosotros, en última instancia, es el mayor responsable en el cuidado de su propia salud y de su vida.