Por Gonzalo Véjar Paz, antropólogo. “Soy el presente. Me declaro vivo” – Fabio Inalef
En el Chile transicional se veía muy lejana la alternativa de participar en algo parecido al Proceso Constituyente, instancia que pese a ser algo “alambricada” -en palabras de Fernando Atria- ofrece la alternativa de propiciar una gran clase de educación cívica.
Este asunto no ha sido fácil, quedando de manifiesto que perdimos la costumbre de congregarnos para dialogar sobre los asuntos públicos. Nos parece algo extraño juntarnos a conversar sobre el Chile en que deseamos vivir, ya que nos habíamos adecuado a participar de manera más bien pragmática, esperando un resultado casi inmediato, una recompensa individual o familiar directa. Los ejemplos abundan: Comité de Agua Potable, Pavimentación Participativa, ampliación de viviendas, entre otros.
Como nos vienen diciendo insistentemente los analistas, “Chile cambió”, ratificándose esta aseveración en que hoy cuestionamos si las actuales formas sociales son las únicas posibles, modificándose el sentido común, encontrándonos en pleno proceso de cambio cultural. Estamos criticando la configuración de las relaciones de poder, solicitando mayor participación en la toma de decisiones, quejándonos respecto a las instituciones políticas existentes, desconfiando de las elites, dudando de la real representación de los partidos políticos.
Pese a que los grupos locales auto convocados inscritos parecen poco diversos en su configuración interna, porque se congregan personas con cierta afinidad ideológica (militantes y simpatizantes de partidos, vistos estos como enclaves político – culturales) o de áreas de interés específicas (medio ambiente, deporte, arte, religión), lo interesante en esta etapa – mientras algunos esperamos la realización de una Asamblea Constituyente – es que adquiere cada vez mayor sentido la necesidad de contar con una Constitución legítima en su origen, vislumbrando así un nuevo horizonte ético, donde lo colectivo se transforma en un espacio relevante que puede permitir procesar adecuadamente los problemas públicos.
El Proceso Constituyente, sumado a las discusiones de Programas de Gobierno Comunales en un año electoral municipal, son acciones que colaboran hacia una política más ciudadana y local – territorial, desde abajo hacia arriba. Una Democracia más abierta y conectada, que entrega espacios públicos formales e institucionales para que el ciudadano exprese sus tensiones y malestar, en un plano de mayor incidencia frente al poder, con formas menos jerarquizadas y verticales.
Una de las finalidades es superar un estado cultural que hizo del abandono del espacio público algo ideológicamente planificado, apelando al miedo que genera el posible caos y desorden como mecanismo discursivo de control y forma de disciplina, ya que el temor paraliza el ánimo crítico que una sociedad saludable debe desarrollar.
Una de las interrogantes que surgen es si luego de este Proceso Constituyente emergerá un nuevo tipo de politicidad, con mayor deliberación democrática y participación, ampliación de la discusión pública, aumento de la conflictividad y movilización social e involucramiento permanente del ciudadano en los debates sobre temas públicos. En definitiva, avanzar en un proceso de transformación que se ha nutrido de la decadencia del sistema político, hacia una etapa superior de mayor acción política y nuevos umbrales morales, espirituales y valóricos.