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Los “vampiros emocionales”: sujetos que chupan la energía de las personas (Parte I)

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Franco Lotito

Por el dr. Franco Lotito C. – www.aurigaservicios.cl

El acto de comunicar apropiadamente -en oportunidad y contexto- las emociones y sentimientos que  embargan -y atosigan- a una determinada persona, es un acto de sanidad mental. Sin embargo, en múltiples ocasiones, no tenemos cabal conciencia de la enorme cantidad de energía emocional que gastamos en tratar de mantener relaciones interpersonales que no son sanas, como una forma de evitar posibles conflictos y discusiones.

Al revés, también sucede, que el origen de nuestros problemas radica en nuestro temor interno de no ser “dignos” de que nos quieran, o bien, por el miedo a ser rechazados y abandonados, razón por la cual, nos tornamos agresivos, consiguiendo a su vez, que el otro responda a nuestra agresividad, desatándose la escalada del conflicto.

El guardar los sentimientos que afectan a una persona, además de impedirle a dicha persona ser más auténtica y mostrarse tal cual es ante el otro, puede convertirse en una verdadera bomba de tiempo que estalla en el momento menos pensado (y en el lugar más inoportuno). Está más que probado, que aquellas personas que comparten sus emociones y los padecimientos que tienen -en una suerte de exposición y revelación emocional- logran un alivio de su sufrimiento y padecen menos trastornos que aquellas que no lo hacen y que se guardan todo para sí. No obstante lo anterior, hay que proceder con el cuidado y resguardo necesario, ya que no se trata de un “desnudo emocional sin tapujos” y que no tome en consideración el momento, la persona y  el lugar apropiado. De otra forma ¿por qué cree usted, que existen los sujetos denominados “vampiros emocionales”?

Estas personas no son otras, que individuos que “chupan” y drenan la energía emocional de quienes los rodean; son aquellas personas que se tornan pegotes y pegajosas con nosotros; son esos sujetos que se nutren de nuestro entusiasmo, candidez, energía interna y fuerza de carácter, desparramando indiscriminadamente, por todos lados (y con todos)  sus penurias, exigencias, recriminaciones, quejas, desventuras y otros entuertos, cargándoselos, por así decirlo, a quienes han tenido la desgracia y el infortunio de estar a su lado en ese momento, en tanto que ellos, una vez descargada su artillería pesada, parten, muy orondos y felices, a buscarse otras víctimas propicias para que escuchen sus nuevas tandas de requerimientos, quejas y  males a raudales.

Usted, por su parte, como buen samaritano, lo más probable, es que haya quedado altamente estresado,  estremecido y casi sepultado ante tanta queja y desgracia ajena.

Entre los vampiros emocionales más dañinos descriptos por la psiquiatra americana Judith Orloff (otros han sido identificados por el autor de esta columna), que deben ser evitados en forma rápida, directa y asertiva,  se encuentran los sujetos o vampiros lloriqueantes, a quienes les produce una enorme satisfacción ser el centro de atención y hacerse las víctimas de turno, ya sea, porque –según ellos– todos parecieran estar siempre en su contra o porque no logran encontrar el sendero hacia su estado de felicidad eterna.

Luego, están los llamados reyes y reinas del psicodrama: son sujetos expertos en transformar pequeños sucesos e incidentes menores en verdaderos dramas personales que agobian y desarman  hasta al sujeto más equilibrado; sus fabulaciones y dramones siempre los tienen como los actores y estrellas principales: a ellos continuamente les pasan las cosas más trágicas, las más grandes, las más interesantes, las más apasionantes.

A continuación tenemos al vampiro politiquero, uno que sobrevive desde hace muchos siglos con cargo y a costa de los demás, y que es un verdadero campeón de los discursos encendidos, de la manipulación emocional y de las innumerables promesas demagógicas nunca cumplidas, capaz de entusiasmar a cualquiera que no lo escuche con algo de distancia, suspicacia y desconfianza; es un sujeto con amplia experticia en disfraces y que vive de las apariencias, con un diplomado en el doble estándar y en la hipocresía, siendo un experto en los enredos de todo tipo (ante los cuales, uno nunca sabe a qué atenerse); estos individuos también están preparados para presentar una línea de pensamiento muchas veces simplemente incoherente, y quiénes, por lo demás, no experimentan ni una sola pizca de remordimiento ni vergüenza por el hecho de tener que desdecirse de aquello que dijeron tan sólo el día anterior (y que nosotros escuchamos y creímos a pie juntillas). Entre estos sujetos y usted es necesario colocar un alto muro de contención y de separación, o por lo menos, un gran y poderoso filtro capaz de detectar cada una de sus mentiras y cantos de sirenas, por cuanto, su credibilidad resulta ser prácticamente nula.

También tenemos los “vampiros inculpantes”, los “vampiros ruinosos”, los “vampiros de la verdad” y varios otros más, los cuales, en función del espacio a disposición para esta columna de opinión, presentaré y describiré en un segunda parte de esta columna.

Una sana recomendación desde ya: si descubre alguno de estos “vampiros” cerca suyo, huya cuanto antes o, por lo menos, hágale el quite: usted puede terminar enfermo(a).

 

 


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