Por Gonzalo Véjar Paz, antropólogo – diplomado en Gestión Cultural y en Comunicación Estratégica.
“La política es una dimensión de la vida humana que existe en el plano de la acción colectiva reflexiva”. Hannah Arendt
Cuando diversos programas que operacionalizan la política pública en materia de infancia y adolescencia, como los que entre sus acciones se contempla gestionar espacios para la realización de Servicios en Beneficio de la Comunidad o alternativas laborales para adolescentes que han entrado en conflicto con la ley, las expectativas chocan con la realidad: la matriz cultural asociada al consumo y al individualismo.
En un contexto donde se educa para la competencia, para ganarle al otro y no para contribuir a la sociedad, las instancias para practicar la solidaridad, la sensibilidad social y la colaboración, se vuelven escasas, apareciendo con fuerza la estigmatización y discriminación.
Cuando en la construcción de opinión pública variados medios de comunicación acentúan en los titulares grandilocuentes respecto a la comisión de delitos por parte de niños, niñas y adolescentes, poniendo el acento en emociones y subjetividades muchas veces sesgadas, pero escasamente en los factores que facilitan estas conductas, nos enfrentamos a un escenario adverso.
Por estos motivos, se vuelve necesario enfatizar en la generación de un cambio cultural en esta problemática, que nos posibilite acercarnos a mínimos éticos basados en algunos valores compartidos, a partir de consensos básicos a nivel social y político. En este sentido, tendríamos que partir estableciendo como premisa que una sociedad altamente desigual propicia fragmentación, exclusión, malestar, incertidumbre y por tanto conductas anómicas, apareciendo entonces lo que algunos han denominado como “los hijos no deseados del Neoliberalismo”.
Es imperioso dialogar respecto al tipo de sociedad en que deseamos vivir. Conversaciones que se establezcan desde la base de la convivencia social y no determinada desde las elites. Debate que tenga como escenario la sede comunitaria y desde ahí pueda confluir hacia estamentos superiores.
Crecientemente sectores de nuestra sociedad han impugnado que el consumo sea el principal mecanismo de integración y han puesto en duda la legitimidad de este modelo de desarrollo. Estamos en presencia de espacios en donde diversas fuerzas han entrado en una disputa de la hegemonía, acentuándose el conflicto, tensionándose el espacio político a partir de opciones transformadoras que pretenden reformas al modelo, aunque no un cambio del mismo. De todas maneras, los sectores más conservadores han reaccionado fuertemente a los ímpetus contrahegemónicos que impugnan este modelo de sociedad.
Desde las ciencias sociales, desde los agentes técnicos que intervienen en nuestros territorios, desde las diferentes plataformas comunicacionales, debemos contribuir para que se lleven a cabo mayores niveles de participación y transparencia, acercando al ciudadano a la toma de decisiones; llevando a cabo coordinaciones y articulaciones con otros actores que puedo reconocer como potenciales agentes de transformación y de esta forma contribuir a procesos de cambio cultural que posibiliten ampliar la mirada, en este caso particular, sobre la situación de los jóvenes que han generado prácticas delictuales.