Por Gonzalo Véjar Paz, Antropólogo, Corporación ACCESO.
Cuando junto a un grupo de amigos profesionales de las Ciencias Sociales decidimos impulsar la Corporación Acceso, lo hicimos con el convencimiento de que debíamos aportar a nuestro territorio sumándonos a procesos de cambio cultural, ya que comprendíamos que al favorecerse la organización y la participación, se posibilita la activación de la memoria social y colectiva, visibilizándose elementos que configuran identidad cultural y sentido de pertenencia, al encontrarse los ciudadanos en espacios que promueven el intercambio racional de argumentos, la conversación pública, el debate sobre el futuro y las deliberaciones respecto a temas de interés comunitario.
Creemos que por estas razones, iniciativas de este tipo, se tornan especialmente relevantes, sobre todo en un contexto histórico de Globalización, donde según la línea de pensamiento de algunos sociólogos, se ha generado la emergencia de la “Sociedad del Riesgo”, marcada por la inseguridad de futuro y la importancia del presente.
En este contexto, las comunidades locales -como se ha demostrado por ejemplo en Curarrehue a partir de las diferentes expresiones respecto a la temática medio ambiental- se han comenzado a movilizar, acercándose a la toma de decisiones y la deliberación, adoptando un carácter ciudadano; ya que reflexionan, toman acuerdos, deciden e imponen sus ideas soberanamente.
Ello ocurre en un escenario de transición sociocultural, donde se apela a la autogestión, la asociatividad horizontal y la autonomización de los sujetos con respecto al Estado y una vinculación dificultosa con el mercado.
De esta manera, se actúa con sentido de comunidad y no como lo que se podría denominar “la masa”, la que estaría marcada, según el historiador Gabriel Salazar, “por un conjunto de individuos que se aglomera en la calle, que no deliberan, que no están reflexionando, que pueden ser dirigidos y vanguardizados, se le pueden dar instrucciones y si llegan a actuar lo hacen emocionalmente, sentimentalmente o mecánicamente, propendiendo a la violencia, la algarabía o al carnaval”.
Entonces la participación social, en esta Sociedad del Riesgo, nos encamina hacia un mayor protagonismo de valores comunitariamente elaborados, como la solidaridad, la justicia social y la fraternidad, en perspectivas de comprender y enfrentar la incertidumbre que afectan al individuo en las dinámicas sociales del consumo, en esta sociedad neoliberal mercantilizada del capitalismo globalizado.
Con claridad lo plantea el sociólogo Tomás Moulián: “La instalación del consumo como deseo principal, como eje de un proyecto existencial, implica un vaciamiento de otros sentidos que orientan la acción humana hacia proyectos artísticos, religiosos, intelectuales, políticos o emancipatorios, que tiendan a realizar lo que llamamos una contribución al acumulado histórico de la especie o de la humanidad”.
Jugarse entonces por proyectos colectivos y comunitarios, nos entrega la alternativa de ir más allá de la cultura consumista y hedonista, que entiende como fin último al placer y plantea la fetichización de los bienes y productos, al considerarlos como objetos de culto, veneración e idolatría, acentuando así la privatización de la vida y un alejamiento por preocupaciones públicas o colectivas.